lunes, 15 de abril de 2013

Mi lucha contra el cáncer 7.



Estoy internado desde ayer esperando a que se dignen traer los medicamentos que deben inyectarme. Tan aburrido es esto que ya no sé qué hacer. Mi habitación tiene 180 losetas grises sin contar las del baño, que no las he contado porque debo ir a pararme ahí adentro y estoy muy débil y me da flojera. ¿Sabes que cuando uno está débil la flojera aumenta en forma proporcional? Mi cama hospitalaria es una mutación entre las tradicionales metálicas, con manivelas para controlar los ángulos y dar cierta comodidad, y las modernas con muchas piezas de cierto tipo de material plástico, que le da cierto aspecto actual. Pero ahí termina la semejanza porque tiene las dichosas manivelas. No es una cama con botones que te permiten regular por ti mismo y sin ayuda, todo lo que desees. La espera es una tortura. Estoy ansioso por recibir el veneno químico en mi torrente sanguíneo. Casi me siento como un adicto con síndrome de abstinencia. Sé que cuando ese líquido anaranjado empiece a mezclarse con mi sangre, ésta comenzará a hervir y la temperatura de mi cuerpo a elevarse. Voy a sentir terribles migrañas, mareos y náuseas. Se me va a quitar el hambre, solamente por el miedo de saber que en cuanto huela comida o siquiera la vea, vomitaré hasta el alma. ¡Y es tan desagradable vomitar que duele!
Mis amigos, todos los antiguos que aparecieron, me llamaban y acompañaban cuando contraje la enfermedad, han desaparecido. Parece que se han olvidado de que aún vivo y lucho por mi salud y mi vida. Ya dejé de ser noticia. Uno necesita sentirse apoyado, querido, acompañado. Eso ayuda mucho a soportar los dolores y el miedo. No es sólo cuando te enfermas sino durante todo el proceso de la enfermedad. No le deseo mal a nadie y cuando a alguno de ellos le pase una desgracia como la mía, los voy a visitar y a mantenerme en contacto con ellos siempre, pues sé lo mal que uno se siente cuando se es abandonado.
Incluso a ti P.C. que fuiste mi amiga y te parrandeaste en mi matrimonio y luego ni me participaste del tuyo. Tú sabes que me refiero a ti. No necesito citarte, pero te digo que cuando te toque la mala, puedes confiar en mí. Que allí estaré.
Ya llega la enfermera con sus mangueras, agujas, botellas y bolsas de medicamentos. Atisbo ya la botella conteniendo el temido líquido de color naranja. En el curso de los próximos días me inocularán tres de ésas que se demoran veinte horas cada una para descargar su líquido con aspecto de gelatina líquida en mi sangre. Permiso, permiso que me van a conectar en mi puerto USB directo a la arteria.
Ya les seguiré contando.
Segundo día. Pasé una noche terrible, con dolores y malestar en todo momento. La migraña no me abandona y a veces temo que se quedará para siempre. Como una compañera incómoda y silenciosa. Lo bueno es que ya está por terminar de pasar el contenido de la segunda botella de gelatina.  Juro que jamás volveré a comer gelatina por el resto de mi vida.
Las náuseas, las arcadas, son terribles. No tengo nada en el estómago y no entiendo porqué me vienen. Me inclino hacia afuera de la cama para arrojar lo que pienso serán litros de líquido sanguinolento. No me sale nada. Sólo se me estrujan las tripas como si alguien me las tratara de arrancar hacia afuera. La enfermera me trae un pedazo de algodón empapado en alcohol para que lo huela. Me dice que los vapores disiparán mis náuseas. Yo pido que me traigan alcohol de verdad una botella de scotch para beberlo, que estoy seguro de que me hará sentir mejor. Si no me quita las náuseas, por lo menos me dará más ganas de vomitar pero sabré el motivo concreto, una buena borrachera y arrojaré el alcohol.

viernes, 5 de abril de 2013

La caída de Hugo Chávez y sus consecuencias


NIDO DE VÍBORAS- Vargas Llosa

El Tiempo- Bogotá
A Chávez le llegó su hora. Sus cómplices temen que la suya también. Y eso explica la opereta y la furia de las víboras.
Sí, queridos lectores: es de la famosa novela de François Mauriac de donde tomamos prestado el nombre de estas líneas. Porque viene como anillo al dedo a la opereta con fondo trágico que se representa en Venezuela.
No cabe duda de que el Comandante se la buscó. Pudo conseguir el consuelo de un final digno para su turbulenta carrera de mal militar y eficiente demagogo. Prefirió llevar al extremo su pasión narcisista por el mando, ceder ante sus odios y aspirar a la pompa mundana de una apoteosis que lo semejara a Bolívar. Pero se va a quedar con los dolores del prócer, sin un ápice de su grandeza. Lo que hay en torno suyo, esa carrera por los restos de la piñata que va a romperse, es lo que tiene merecido su memoria. Los que conspiran en silencio para alzarse con trozos del poder tienen comprometida su conciencia y justos temores por el examen de su conducta. Porque saben que se robaron a Venezuela, que la condenaron a cien años de abandono y que ha llegado la hora de que respondan ante la Historia.
Ese país perdió, porque se la robaron, la mayor bonanza que ha tocado a las puertas de cualquier nación latinoamericana. Tres millones de barriles de petróleo a cien dólares, para simplificar cuentas, montan trescientos millones de dólares diarios, más de cien mil millones de dólares por año. De lo que no hay ni especies náufragas.
Después de 14 años de producir semejante fortuna, a Venezuela no le ha quedado nada. Y eso era lo que tapaba Chávez con su agresividad de "rufián de barrio" y sus maromas de populachero de tercera categoría. Se va con el mérito de no haber permitido que esa pregunta se la hicieran en serio, con lo que se economizó el costo de una respuesta imposible.
Venezuela no tiene un camino, ni un puerto, ni una fábrica, ni un colegio ni un hospital para mostrar como resultado de esa danza millonaria. En cambio, arruinó lo que tenía de industria y lo que producía de comida. Y se gastó hasta el último barril de petróleo, dejando la pesada carga de una deuda que tardará muchos años en pagar. Nada de eso es enteramente atribuible a la improvisación y a la ineptitud de un régimen comandado por un sujeto clamorosamente incompetente. Descontado ese fardo, surge patente que a Venezuela se la robaron y las víboras sobrevivientes no quieren enfrentarse a la gran cuestión que alguien, algún día, les propondrá a nombre de ese adolorido país: ¿dónde están mis reales?
Los aspirantes a mandar saben todo lo que tienen que ocultar. Y saben que no podrán hacerlo si el poder se les escapa. Un poder judicial digno, una opinión independiente, una Fiscalía decorosa y todo volará en átomos. Lo que no es permisible ni aceptable. Las víboras se lanzarán implacables contra cualquiera que pretenda penetrar en su nido de maldades. La cuestión es de supervivencia, que genera solidaridades feroces, y odios y recelos incontenibles. Chávez era el mago que lo tapaba todo. Muerto Chávez, como está muerto, cada uno se preocupa por lo suyo y lo defenderá a dentelladas.
Los hermanos Castro serán los primeros. Esa cifra que fluctúa entre cinco y diez mil millones de dólares por año, regalo del locato de Caracas, explica que Cuba no haya tenido que rendirse. Y queda lo que Chávez regaló a Nicaragua y comprometió en Bolivia, en Ecuador y en Argentina. Y lo que se alzó la boliburguesía, esa mezcla de militares corruptos y civiles arribistas que mandan y roban en Venezuela.
Faltaría el balance del narcotráfico para medio completar las cuentas. Esas que nadie se atreve a pedir y que todos temen que un pueblo enfurecido llegue a demandar. No se puede robar tanto, tan impunemente. A Chávez le llegó su hora. Sus cómplices temen que la suya también. Y eso explica la opereta y la furia de las víboras.
Se avecina un período tenso, en el que, una vez más, como hace dos siglos, se decidirá en tierra venezolana el futuro de la libertad en toda la América Latina.