Desperté en una enorme sala llena de camas con gente en ellas. La mayoría, como yo, se encontraban entubados y conectados a aparatos que les suministraban drogas para calmar el dolor, antibióticos para descartar al enemigo más peligroso en los recién operados:las infecciones y diversos medicamentos. Me encontraba nada más y nada menos que en la sala de cuidados intensivos de los recién operados de cáncer.
Puta, nunca pensé que tanta gente sefre de éste mal. ¡Y yo soy ahora uno de ellos!
Algunos dejaban escapar de vez en cuando lastimeros quejidos, otros respiraban agitadamente como si fueran presas de ataques de pánico y no faltaban los que gritaban a voz en cuello cosas como: ¡enfermera me muero de dolor, déme algo! yo guardaba silencio observando aquél espectáculo dantesco, mientras procesaba la razón de mi presencia allí en esa nave para condenados. Pronto caí en cuenta de que recién me habían operado y mi primera reacción fue tocarme pa pierna mala para comprobar que aún la tenía. En mi desesperación me la golpeé justo sobre la sutura, lo que me inundó de un dolor descomunal desde la punta de mis pelos hasta la última molécula de mi cuerpo. Sí allí estaba ¡todavía tengo el cuerpo completo! pensé. Luego poco a poco el dolor se fue apoderando de todo mi cuerpo y hasta de mi alma. Así de intenso era. En mi sufrimiento miré al hombre que estaba echado en la cama de al lado. Su rostro tenía una expresión de terror como jamás he visto antes. Estaba quieto, inmóvil, en una postura que me pareció bastante incómoda pero que sin duda para él era la única manera de mitigar el sufrimiento. Parecía tener miedo siquiera de respirar porque sabía que el más mínimo movimiento le infligiría enorme dolor. También me pareció que que trataba de pasar desapercibido, como si su humildad no quisiera molestar a los demás. Lo miré a los ojos y le sonreí. Traté de darla la mano estirando mi brazo hacia él tanto como pude. Me sonrió con la mirada y se disculpó con los ojos dándome a entender que le era imposible moverse.
El dolor se acrcentaba de forma geométrica hasta que no pude más y grité:¡ENFERMERA POR DIOS, SI NO ME DAS UN POCO DE MORFINA AHORA MISMO, ME LEVANTO Y ME INYECTO YO MISMO CARAJO. NO AGUANTO MÁS ESTE MALDITO DOLOR! mi voz tronó en el gran pabellón y por un momento se hizo un silencio total. Parecíamos estar en una gran tumba. A los pocos segundos recomenzaron los ruidos acostumbrados, pero tenía a mi lado un ángel celeste con una gran hipodérmica en la mano. Cogió uno de los tubos conectados a mis brazos e introdujo la totalidad del contenido de la jeringa. En cuestión de segundos desapareció el dolor y me invadió una sensación de paz y seguridad.
(Continuará)
(Continuará)