A estas alturas y en pleno siglo XXI todavía sige vigente, aunque con variantes, la legendaria lucha de clases. Hoy no se trata tanto de la reivindicación de los proletarios contra la oligarquía, aunque de eso todavía hay y bastante, sino la protesta de los indignados, que no son otra cosa que cuidadanos comunes y corrientes, sin ideología política definida, que han tomado conciencia de que las cosas en el mundo no pueden continuar como están. La brecha entre las mayorías pobres y la minoría rica crece cada día y se expande en rangos exponenciales. Los economistas predicen, por mayoría, que la diferecia se ampliará aún más en el futuro inmediato. Los recursos naturales se agotan. El cambio climático ya empezó. La naturaleza protesta con furia. Los terremotos, huracanes y demás fenómenos se muestran con mayor frecuencia y con más violencia. La humanidad ha empezado a tomar conciencia de que la economía global, tal como la conocemos ahora, no puede continuar. No tiene futuro. Sin un cambio real el planeta no tiene muchas esperanzas de sobrevivir a la debacle.
Transcribo un artículo del español Francisco Escobar que me parece muy acertado: "O subimos los impuestos a quienes más tienen o recortamos el gasto sanitario a los ancianos. Esto no es lucha de clases, son matemáticas", dice Obama en otro gran discurso (me encantaría votar por el tipo que los redacta). La frase es hábil porque saca el debate de lo ideológico hasta reducirlo a una simple cuetión técnica, tan indiscutible como que dos más dos son cuatro. Obama utiliza la fuerza de su rival -ese Tea Party que le retrata como un comunista peligroso- para hacerle caer al suelo. Punto para el judoka. ¿Pero de verdad ya no hay lucha de clases?
Otra cita, esta del multimillonario Warren Buffet:"Claro que hay lucha de clases. Pero es mi clase, la de los ricos, la que ha empezado esta lucha. Y vamos ganando". Buffet también usa las metemáticas para demostrar que las grandes fortunas en EEUU pagan hoy menos porcentaje en impuestos que sus secretarias. Es un drama universal: en la mayoría de los países prósperos, según la OCDE, ha aumentado la desigualdad económica en las últimas décadas casi a la misma velocidad con la que han menguado los impuestos para los multimillonarios.
La nueva gran depresión está aumentando aún más la desigualdad. Más matamáticas en dos ejemplos simbólicos: en EEUU ya hay más de 46 millones de pobres, la mayor cifra en medio siglo; mientras tanto, en el otro extremo de la pirámide social, Porsche logró este agosto (en el que la economía volvió al borde de la recesión) un nuevo récord histórico en ventas de autos de lujo.
Puede que la terminología marxista suene hoy vieja. Que toda la sociedad se considere clase media es otro éxito ideológico de la derecha. Pero ese mundo que algunos dibujan, donde no hay ni pobres ni ricos, ni tampoco diferentes intereses entre las clases sociales, es aún más irreal que la utopía comunista.
En nuestro subcontinente las cosas andan peor aún. Las brechas continúan siendo enormes. Los pobres son más pobres y los ricos, pues lo son más. En el Perú es indudable que ha habido una transformación de la sociedad. Llevamos décadas de crecimiento sostenido y el país ha crecido mucho a nivel macro. Alan García en su primer gobierno, ese de la histórica hiperinflación, prometió que iba a acabar con la clase media y lo cumplió. Velasco se propuso acabar con la oligarquía y acabó con el agro, parte de la industria y atrasó al Perú décadas con respecto a nuestros vecinos, con exepción quizás de Bolivia. Ahora tenemos otra clase media pujante y trabajadora. La riqueza ha cambiado de manos y ha emergido otra clase social: la de los políticos profesionales, que hasta consideran que sus cargos son hereditarios y los traspasan de padres a hijos y hasta entre cónyuges.
Debemos hacer algo. Ahora antes de que sea ya muy tarde.