Para descansar de la política, comparto con ustedes un relato, cortesía de un amigo aprendiz de escritor, que no lo hace nada mal. La verdad. Disfrútenlo.
切腹
Seppuku
Por Lino Sangalli
Estoy hecho una mierda. Por lo menos así es como me siento.
Después de haber revisado una y otra vez las cuentas impagas del mes y las que no pude cancelar, estando ya vencidas, llego a la conclusión que me será imposible, de que ya llegué al fondo, después de resistir estoicamente tantos meses de los que ya no guardo recuerdo. No soy de los que acuden a amistades o la familia para paliar situaciones desesperadas, soy más bien de la vieja escuela, un oficial y caballero, de la que tiene por consigna suprema el honor y el silencio. Por algo he cultivado y honrado durante toda mi vida, la ancestral costumbre, convertida en ley, de mis paisanos: la omertà, la ley del silencio. Aunque ésta se refiera a la prohibición de delaciones y en mi caso particular a guardar mis cuitas para mí; no dejar a nadie participar de mis problemas.
Me siento en la terraza de mi hogar, con el cuchillo de caza que heredé de mi padre en la mano y maldigo a los rateros que violentaron mi hogar hace unos meses y robaron mis tres pistolas. Mirando el filo del arma siento una sacudida al pensar en el dolor que sufriré cuando corte mi carótida y tenga que esperar a que la sangre mane por la herida hasta que se me lleve la vida con las últimas gotas. Añoro la espontaneidad de una pistola, el limpio y frío contacto del acero. Sólo tienes que ejercer una ligera presión en el gatillo y automáticamente el percutor hará explotar el fulminante en la recámara, lo que expulsará una pieza de plomo a una velocidad de varios metros por segundo directo a su blanco. Puedes escoger la sien, la boca o debajo del mentón. Aunque para mi gusto lo mejor sería en la sien izquierda, para darle la contra a la policía que investigue y que se devanen los sesos pensando la razón por la que un diestro se disparó con la izquierda.
En fin, esa sería la manera correcta de hacerlo, pero dadas las circunstancias, al parecer tendré que seguir el ritual japonés, que no deja tampoco de ser honorable, aunque no conozca al detalle la ceremonia ni esté provisto de los utensilios precisos, ni cuente con la ayuda de un kaisaku que se ocupe de cercenar mi cabeza de un golpe de katana, tan luego me clave la wakizashi a la izquierda de mi vientre y jale con todas mis fuerzas hacia la derecha, con el fin de cortar los intestinos, vuelta a cortar hasta el centro donde se debe efectuar un giro hacia arriba y ascender hasta el esternón.
Ahora que lo pienso, tengo que reconocer la sabiduría oriental y respeto su coraje, pues el dolor de cortarse las tripas debe ser tremendo y la rápida decapitación, es una muestra de leal amistad que termina instantáneamente con el sufrimiento. Pero todo eso es teoría y funciona si posees los medios para hacerlo, lo que no es en forma alguna mi caso. Estoy solo, estoy desesperado y estoy misio, es decir soy un suicida de segunda; todo es una gran mierda.
Lo que no me cuadra mucho del modesto método que estoy obligado a utilizar, es que era el usado por las mujeres, que se cortaban la arteria carótida con un kwaiken de doble filo, parecido a mi arma. Aunque ellas se amarraban los pies para no pasar por la vergüenza de morir con las piernas abiertas, detalle que a mí me tiene sin cuidado; me importa un carajo la postura en que quede mi cuerpo después que esté muerto. Ahora, claro que si dispusiera de una buena arma de fuego, me vestiría apropiadamente con mi uniforme de gala y todas las condecoraciones que gané en la guerra del Cenepa, me acostaría sobre la mesa del comedor y me descerrajaría un tiro en la boca, tratando de no manchar demasiado la alfombra persa que tanto le gusta a mi mujer, porque le daría una bronca de la puta madre.
Debo acordarme de usar un paño blanco cuando utilice el cuchillo, para no manchar mis manos de sangre, pues según el ritual japonés eso es una deshonra y más bien así manifiesto mi honor y bonhomía.
Quitarse la vida es algo que viene desde la noche de los tiempos. No sé quién habrá sido el primero, probablemente lo dice la Biblia al dar a conocer la prohibición divina y la condenación eterna por practicar ese acto. Se practicaba en Grecia, Egipto y todas las grandes civilizaciones antiguas, incluyendo por supuesto a Roma. Por lo general quienes cometían ese acto de supremo coraje, o de cobardía según algunos, pero no concuerdo con estos, eran los dignatarios y guerreros vencidos, para preservar a sus familias de represalias por parte de los vencedores. Es un caso parecido al mío aunque ya no sea más ni dignatario, ni guerrero. Claro que mis fines son nobles; liberar a mi mujer de la carga de las hipotecas y dotarla de un capital suficiente como para que pase sus próximos años con la comodidad y la holgura de otros tiempos.
Por supuesto que para mi seppuku también me he vestido apropiadamente; me he puesto mi pijama negra de seda china, que es lo más parecido que he encontrado a un kimono japonés. También he decidido realizarlo sentado en el centro de la enorme mesa, adoptando la posición del loto, aunque lo más probable es que las rodillas me duelan terriblemente a la hora de doblarlas. Por la artrosis. Una vez que corte calculo que caeré hacia un lado, procuraré que sea el opuesto al de la incisión para evitar la posibilidad de que algo detenga la hemorragia y mi suicidio termine en un fiasco y me resuciten.
Bueno, ahora tengo todo listo y procederé. Nada de notas suicidas ni explicaciones; esas son huevadas y no tengo que justificar a nadie mi decisión. ¡Para eso soy un hombre y hago lo que se me da la gana! Enciendo unas varillas de incienso, las he conseguido de cannabis como para recordar los viejos tiempos y que el aroma me haga más fácil la transición.
Cuando tengo el instrumento en la mano y me apresto a dar el corte definitivo, ¡zas! Se encienden las luces del comedor y escucho; –– ¿Guillermo qué diablos crees que haces? ¡A tu edad fumando esa porquería! y ¿por qué te has disfrazado así, acaso te has vuelto loco? ––
Bien, las cosas no resultaron como yo lo había planeado pero el lamentable suicidio de Isabel, pobrecita, había estudiado a fondo el ritual de las japonesas y hasta se ató los tobillos, me sirvió tanto como le hubiera servido a ella el mío.
Son una maravilla los seguros de doble cobertura.
Concuerdo con la idea de que el suicida es un valiente. Afirman los psiquiatras que si alguien amenaza sútilmente con suicidarse, lo que hay que quehacer para que no lo haga es decirle " házlo cuando quieras" o " me tiene sin cuidado", etc..
ResponderEliminarPOR LAS DUDAS QUERIDO LINO: ¡ESTE RELATO ME IMPORTA UN RÁBANO!